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EL MAESTRO


Un MAESTRO DE VERDAD no busca deslumbrarte con su luz,
sino que te ayuda a ver la tuya propia


Esa mañana, por impulso, me había lanzado a la calle vestida de la prisa de las macrociudades a buscar el azar y mis pies me llevaron hacia rumbos no habituales. El sol presidía el cielo, y no había nube ninguna que ocultara su grandeza. Era un día bello, el primero de la primavera y una hora absurda para mí, aquella en que los niños toman por asalto parques y vías. La humedad y el perfume de la naturaleza fueron los artífices del desvío de mis pasos, acostumbrados siempre a dirigirse de forma automática al Rastro y perderme entre sus personajes.


Sin prisas, pero sin pausas, me llevaron a un extraño paraíso: la música gobernaba el aire, los acordes se entremezclaban en él arrastrándote en pos de una u otra nota musical. Golosa, picoteaba mi juventud de uno a otro espacio sin saber dónde quedarme, sin disfrutar plenamente de algo.


Observé a los pequeños sumergidos en un mundo de sueños de mano de zancudos, títeres, marionetas. Sin descubrir su identidad, jugaban al escondite vendedores de sueños, jóvenes talentos, talentos ocultos, embaucadores sin talento. Deambulé entre ellos dejándome llevar por el instinto. Fijé mis pupilas en un anciano del que destacaban, sin lugar a dudas, sus carencias: no llevaba su precio tatuado en la piel, ni mirada ambiciosa, carecía de la sonrisa estúpida que conlleva el trueque, tampoco vestía de manera extravagante, no era ni alto ni bajo, ni siquiera ocupaba uno de los lugares más transitados del parque. Era un ejemplar de una raza no registrada en el zoológico urbano que se respiraba. De su físico llamaba la atención su indefinida edad y las profundas arrugas que enmarcaban unos ojos, de mirada generosa, relajada y profunda. Las comisuras de sus labios perfilaban la perpetuidad de una sonrisa intensa. Transmitía tanta paz y buena onda que me senté cerquita, en espera de que algo mágico sucediera en su presencia. Así cayeron poco a poco los minutos. Disfrutaba ver como el anciano saboreaba su actuación. Sin esfuerzo atrajo a los niños que se sentaron alrededor y permanecieron atentos a cada movimiento. El viejo usó su mejor arma, la calma. Necesitaba ahuyentar a la prisa, enemiga acérrima de todos los contadores de cuentos. Del silencio surgió su ingenio, paseando entre caritas que eran puro gesto. La voz fuerte y su ritmo, unas veces pausado, otras rápido, sabroso, captaba la atención pasando de la carcajada al total mutismo en tiempo record. Los chavales le seguían atrapados, tornándose maleables a sus sugerencias."



El Contador de Cuentos_LOS TESOROS DE MI VIAJE_ Susana Monís








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