Eran pareja antes que padres. Les recuerdo juntos en todas partes. Y aunque ser la compañera del Largo no debía de ser fácil, la Manma nos confesó:
“Podré arrepentirme de muchas decisiones en mi vida... De la nunca lo he hecho, ni lo haré, es de haber escogido a vuestro padre como pareja”.
Recuerdo siempre su eterna y tímida sonrisa. Nunca se enfadaba. De gesto sereno, ojos vivos color caramelo y una piel tan suave... No era bella, rectifico... no era bella según los cánones establecidos. Y aunque bajita y regordeta, tenía un algo que toda guapa desea, y es que la suma de lo que individualmente eran imperfecciones generaba belleza, armonía: Su diente partido daba cierta picardía a su rostro, las múltiples pecas que moteaban su nariz y sus mejillas le convertían en una eterna niña, y sus ojos pequeños estaban tan llenos de luz que parecían enormes azabaches. Sus redondeces la hacían tan dulce y tierna, que era difícil verla como mujer luchadora, pero si lo era. Se veía obligada a hacer virguerías con el dinero para que nunca nos faltara lo indispensable, hacía magia con nuestra realidad, mientras la paleta del Flaco pintaba nuestro universo de colores.
Si por entonces alguien me hubiera preguntado eso de
"¿A quien quieres más, a tu padre o a tu madre?".
Hubiera cometido un error a decir que a padre. Por ese entonces no valoraba la labor de La Manma. Le echaba en cara que pocas veces participaba en nuestros juegos. Saber que su tiempo era limitado. La mayoría del rato le veíamos limpiando y organizando aquel rincón del mundo en el que lo único que de verdad sobraba eran buenas energías.
Mi madre era la única de toda la familia que vivía en el planeta tierra, y como después comprendí, siempre se necesita que alguien pise la realidad para que los demás sueñen, pero entonces no tenía ni idea. Vivía por y para el Largo...
La Pizca y El Largo de Susana Monís
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