"Tenemos dos vidas y la segunda comienza
cuando te das cuenta de que solo tienes una...."
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Mi Alma Tiene Prisa"de Mario de Andrade
Le conocí a sus CUARENTA corría varios pasos por delante de su destino. Pasional. Invencible. Lleno de sueños y proyectos. Se atragantaba intentando comerse a bocados el mundo. Me mataban sus ojos. ¡¡hablaban solos!!... Mirada viva, aguda, imponiéndose a una lengua que mordía verdad, que se atropellaba y enrabietaba en el afán de hilar y saber contar, a la vez, varios pensamientos. Y un día, compartiendo un buen momento, descubrí el niño que habitaba en su interior. Se asomaba al balcón de su iris cada vez que le convocaba, e impregnaba de luz el momento. Carcajadas y sentimientos escapaban de la mordaza cotidiana y, tomaban por asalto la razón de mi amigo para colarse directamente en sus vísceras y masajear un enorme corazón. Las emociones, se convertían en sus dueñas y señoras y le agitaban hasta el útlimo rincón de sus entrañas. Y él se vestía para la fiesta, de hombre compartidor, sensual, ingenioso, filósofo y tan, tan divertido…
Pero llegaron sus CUARENTA Y DIEZ , El cambio de cifra no le sentó. Dejé de ver al niño que habitaba en él. Mi amigo le había desaparecido, entre deberes y necedades de la vida. Estoy segura que embarró de acidez su tiempo, por creer que no le tocaba ni un sueño más del reparto. Que había gastado su cupo. Como si no tuvieramos el poder los humanos de generar tantos sueños como desearamos. Su magia también huyó, al no encontrar donde anclarse. Y aquel hombre, nacido para volar, renunció a su esencia. Dejó de ser amigo de lo osado. Se acomodó en la rutina. Quien luchó contra tantos molinos de vientos, fue vencido por un enemigo de tercera: la monotonía. Ella era su peor pesadilla. La culpable del gris de sus días. Hasta su aché dejó de acompañarle. Y sus pasos, siempre firmes, se volvieron tan lentos y prudentes, que él mismo se cansó de darlos. Con un conformismo absurdo y letal, asumió, que para él, sólo existía ese presente, y en vez de disfrutar de las sorpresas, las huía, alegando que nunca le traían nada bueno. Así que, cuando el espejo le gastó una broma y le devolvió como imagen el retrato de perro viejo y cansado, él, lo compró sin protestar y creyó que la vejez lo acorralaba.
¿De verdad, estaba tan ciego? Cómo explicarle a Superman que pintar canas nunca fue el problema. Su gran error fue abandonar su esencia, sus alas, las ganas de comerse este mundo a bocados….
Richard Gere
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