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CONFESIONES

Hay personas que disfrutan viajando; otras, poseyendo una casa o coche fabuloso... Yo siempre he sido feliz inventando, convirtiendo mis fantasmas en protagonistas de cuentos. Al terminarlos, regresaba nuevamente a mi rutina, hasta que otro fantasma me asaltaba, o quizás el mismo, parido en distinta época, vestido con otros ropajes.


En cada garabato, retrataba el alma de mis miedos, sueños, frustraciones, inquietudes o fantasías. Adaptándome a los tiempos que corren usaba el ordenador para crearlos, los imprimía encadenándolos con soga de tinta, al papel, lenguaje en el que me resulta más fácil moverme. Los releía varias veces, y luego, "archivaba" en un cajón, donde convivían con los demás, sin orden ni concierto.


Y después de toda una vida de relatos breves, un día, sin motivo, salté a la novela...No era deseada. Surgió de la necesidad de no olvidar algunos pasajes de vida. Dicen que las primeras novelas suelen ser autobiográficas, y la mía no era una excepción. Se gestó en el inconsciente, durante tiempo, mucho tiempo. No fue un proceso fácil, porque, además de no poseer experiencia, no estaba el Viejo para aconsejarme... Un día empecé a emborronar cuartillas sin saber a donde iba. Mientras escribía me daba cuenta que mi presente no se parecía nada al de aquella jovencita que, unos años antes, había marchado del pueblo. Mi hoy era el producto de una cadena interminable de adioses, así que la llame: “Sucesión de Despedidas”.

Viví para ella, replegada en mis recuerdos. Escribía en el autobús, en un parque, en un café, esperando a un amigo. Dejando las fantasías a un lado, vertí sentimientos a pecho descubierto, hasta vaciarme. Luego, armé el muñeco. Las aventuras y desventuras de Raquel, su protagonista, necesitaban alma propia y no retazos de una vida ya existente. Escribía, imprimía, corregía, suprimía reiteraciones, perfilaba personajes... hasta durmiendo. Era mi obsesión.

Dos años exprimiéndome, me dejaron anémica. Finalicé agotada, sin tener nada más que decir por el momento, o quizás, sin saber que decir nunca más.... Necesitaba volver a llenarme, así que me dispuse a tomar unas largas vacaciones, sin ser consciente de que el esfuerzo que realizaba al escribir era el que otorgaba magia a mi vida. Retratarme en tinta era mi arma secreta para ralentizar un presente escurridizo que con una velocidad demoledora se transformaba en recuerdos.


Quizás las cosas no se valoran hasta que no se pierden, 

Quizás nadie descubre el secreto de su felicidad 
hasta que se evapora.




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