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Una Visita Inesperada

Foto del escritor: Susana MonísSusana Monís



En noche de luna llena, la luz se colaba entre las rejillas de la ventana, regando el ambiente de buenas energías y entonces escuché su conocido timbre de voz. La imaginaba como una bella y tímida dama, cubierta por un halo de misterio. Abrí los ojos. El olor a café recién colado guió mis pasos hasta topar con una inesperada criatura.  Sumergida en esa fase tonta del despertar en la que sueño y realidad se confunden, pude penetrar en el reino de la magia y observar sin ser vista.   Mario y Carmen charlaban con dos tazas humeantes entre manos. 


Mi retina no reparó en ellos, impregnada de una figura sacada de los cuentos de hadas:

Una pequeña diosa se movía entre ambos, con una energía espectacular.   Mis ojos la seguían sin llegar a creerse la fortuna de  ponerle rostro, curvas y líneas a tal fantasía.  Todo ser la había sentido alguna vez si era mortal, si era humano.  Te hacía vivir, te daba chispa, sacaba lo mejor de ti.  No avisaba, ni tenía fecha concreta de aparición. Su aparición convertía en especial al tiempo.  Llenaba el alma de emociones…


Me recosté en la puerta de la cocina escurriéndome hasta llegar al piso para acomodarme en silencio.  Así pasaron minutos, o quizás horas, sin mover ni un músculo por miedo a que desapareciera.  Moría por captar la magia del momento en un lienzo y exponer su poderío al mundo.  La fuerza de su apariencia distaba mucho de  la bella dama, cubierta por un halo de misterio, que siempre  imaginé. Pero nada es lo que aparenta…

 

No medía más de dos palmos.  De cara sucia y pícara, corría por la estancia contenta de verse invocada.   Juguetona, danzaba ligera dentro de una burbuja de cristal.  Mario y Carmen con su conversación la invocaron, generaron el espacio.  Y presurosa, la pequeña acudió a su llamado.  Se la veía libre, a sus anchas.  Hacía piruetas desprendiendo una estela mágica que cubría a mis amigos en un sinfín de colores.  Sus ropas cambiaban al hilo de la conversación.  Unas veces vestía apasionado rojo; otras, verde esperanza; o se envolvía en un manto rosa cargado de ternura.  Sólo en momentos puntuales, lucía de blanco, como la pureza de las confesiones; o, al escuchar risas, de un azul celeste.


El hechizo se rompió cuando un inoportuno estornudo salió de mi garganta.  Mientras que  Normalidad volvía a erigirse reina del espacio, los fluidos que sustentaban a la pequeña criatura se difuminaron en el aire y   calló de bruces en el duro piso.  A su lado aterrizó un hombrecillo tímido, vergonzoso, que al verme se refugió entre los pliegues de la  saya de la diosa.  Complicidad, colérica, se levantó del piso, miró enfadada y tomando de la mano al pequeño  salió como un rayo de la cocina. 


Con ellos partieron las risas, los susurros, la cascada de sensaciones y frases sugerentes, estropeadas con mi estupidez. En el salón escaparon, entre las rejillas del aire acondicionado, de ese ambiente incómodo, expectante, denso que crea la presencia de un tercero. 



 
 
 

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