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UNA VIDA DE CUENTO...

Actualizado: 1 ago 2020

Nada más finalizar los aplausos, el anciano recogió su bombín. Rebosaba monedas que los adultos habían depositado, buscando pagar lo impagable:  una inmersión  en el planeta de un maestro de la fantasía. El grupo se fue disolviendo. Mi atención la captaron dos niños que  quedaron clavados en el lugar, con la mirada fija en el viejo, intentando reclamar su atención. Al darse cuenta, el hombrecillo les dedicó su mejor sonrisa, mientras les convocaba a volver el próximo sábado. La niña, en un arranque de espontaneidad, corrió hacia él, se le colgó al cuello y le estampó un enorme beso en la mejilla.  Se despidió, ya desde los brazos de su madre, con un enorme "GRACIAS" que brotó desde el fondo de su garganta. La emoción hizo que al maestro le temblara la mirada.   Para mi, estaba claro, que ésa era su mayor recompensa . Bebiendo aún la ilusión de la pequeña, me levanté,  para irme, pero un comentario que se escapó de mis labios, cambio mis planes.  Lo hice bajito, muy, muy bajito:



— Cuenta bonito. Sus relatos me recuerdan a los de mi viejo.


En ese instante, el maestro descubrió mi existencia. Me pidió, por señas, que  esperara. Obedecí y permanecí  petrificada en el lugar. Su mano entró en un gran bolso, del que, como si de un sombrero mágico se tratara, sacó libritos pequeños, lápices, globos…,hasta encontrar un papelito que, sin titubear, me entregó, con la felicidad pegada a su rostro. Pensé que me lo cambiaba por un donativo  y eché mano al bolsillo, pero, cuando fui a poner las monedas en su bombín, retuvo mi mano en el aire con fuerza, rechazando mi dinero, mientras me explicaba....



— ES UN REGALO!! No todos los días me encuentro a una joven que sabe apreciar las arrugas. Es tan fácil contar un cuento a un niño y tan difícil conocer a un adulto que escuche cuentos… Algún día entenderás"


Y se fue. Le seguí con la mirada hasta verle desaparecer. Sin poder contener la curiosidad, me volví a sentar y desdoblé el papelito. Eran cuatro pensamientos que en una primera lectura semejaban un rico y jugoso juego de palabras. En un segundo repaso, creí entrever la filosofía de una mente positiva. Luego vino un tercero, cuarto y quinto. No podía dejar de leerlo....


Regresé a la casa.  Me alegró sorprenderla sola, porque siempre que me sentía atrapada por un poema o un relato, necesitaba leerlo alto, bien alto, convencida de que los buenos pensamientos había que devolverlos al espacio. Liberaba las palabras del papel contenta de devolverlas su libertad, segura de que éstas se convertían en energía y, elegirían su camino.  Curiosamente éstas no marcharon,. Cada vez que las soltaba al aire, regresaban a mi.    Ellas me eligieron su dueña...


Dias después, al bajar al parque con mi hija, quise ser una copia del viejo, y con ella, como única espectadora, empecé a contar cuentos. Se acercaron un par de niños.  Y al día siguiente otros más, y así se e fueron sumando toda una tropa.  Una de las madres era de la asociación de vecinos y le gustó la idea de tener un contador de cuentos en El Barrio, así que nos prestó su local. La cita: los viernes, a las 6 de la tarde,.  Un par de meses después, el local estaba ese día a rebosar de chavales en busca de un  cuento.  Del cuento de la semana.


Me sentí también imitando al anciano del Retiro, que sentídebía regresar a dar las gracias. Fui varios sábados seguidos y no lo encontré.  Segura de  que estaría llenando de magia otro lugar, busqué el rincón donde le conocí, frente al lago, y en su honor,  puse la imaginación a funcionar y le conté a mi hija y a las dos amiguitas, la historia de aquel lugar y del viejo contador de cuentos y del papel que me había regalado.  Fantasía  me ayudó a adornarla.  Mientras ellas escuchaban, embelesadas, otros niños se sumaban y, en nada, sucedió el milagro y, al llamado de la magia, llegaron  un montón de niños, contentos de encontrar un lugar donde escuchar cuentos.  Recordé las palabras del viejo..., ¡Qué razón tenía!!  Era  fácil contar un cuento a un niño y la mejor de sus  recompensas eran sus caritas de felicidad.


Llevo años fiel a mis citas: los viernes en El Barrio y los sábados en el Retiro.  No fallo. Mi hija se ha hecho grande y ya no me acompaña. Lo que siempre va conmigo, en el bolsillo, es ese papelito que el anciano me regaló. A mi me ha dado tantas alegrías, que espero encontrar a otro adulto que sepa escuchar los cuentos y se quiera convertir en un eslabón más - como el viejo, como yo-  de una cadena cuyo único nexo es la magia, la magia de los cuentos.....





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