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LAS MIL CARAS DE SARA



ODIABA PERDERME ENTRE PAPELES, 
pero cuando tocaba, tocaba, 
y  olvidando  que lo odiaba me sumergía en ellos

La mañana amaneció torcida... Para abrir boca, se rompió el carro camino a la oficina. Llegué tardísimo, y me recibió el jefe con una mala cara...  Aquel pedazo de hielo vivía desde hacía una pila de años en La Habana aunque, al parecer, seguía sin conocer nuestra realidad y tampoco lo pretendía.   Me crispaba su actitud ¡Cómo si me hubiera retrasado por gusto! Ante su silencio, yo si le conté. Y no sólo lo del auto.  También que mi mamá estaba malita y tuve que esperar a  la divina Ludmi -más que vecina familia- para que, mi bella negra, la cuidara hasta que yo llegara. ¿Y qué creen Vds. que hizo el  "box"? Esperó a que finalizara mi arrebato de sinceridad para informarme con tono neutro: 


"Ultimo de mes y hay que cerrar contabilidad "-

Sin esperar respuesta, marchó.


Me recordó eso por gusto. Cómo si yo no lo supiera.  Cómo si alguna vez le hubiera dejado tirado... Me dieron ganas de mandarle de vuelta a su país, pero pagaba bien y yo necesitaba sus divisas.  


Salude con un gesto a los compis y, para evitar regaños y caritas del "franchute", me encerré en ese desorden desorganizado que era mi oficina. Mientras silenciaba el móvil, Jam llamó para avisarme que estaba con el mecánico.  Siempre igual....  Ellos dos eran uno: El carro y Jam, Jam y el carro. O contaba con ambos, o me tocaba buscarme la vida.  Y como siempre... Si les necesitaba, como hoy, el carro se rompía.  Y había que pasar por el consultorio que la doctora Osmi, a por las medicinas para el corazón del padre de Jam.  Recoger donde mi hermana, el pollo y los mandados de mami que me los tenía guardados. Mi cabeza echaba humo urdiendo estrategias, a la vez que mis dedos revolvían el gavetero a la caza y captura de una jabita para cargar a casa la mitad del Gouda que me había resuelto Grisell, mi amiguita, la que trabajaba en la recepción. Mi hija era fanática de ese queso, y se había dado una perdida.... Encontré la jaba, respiré profundo y me puse a lo mío.


Me esperaban un bulto de comprobantes, recibos y facturas de todos los tamaños y colores encima de mi mesa. Puse el móvil en silencio y, con paciencia infinita, al final de la tarde, pude cuadrar números.  Al levantar la cabeza, en la oficina no quedaba ni el Tato. Mi primer impulso fue agarrar teléfono y llamar a Ludmi para saber como seguía mi madre.  Tampoco podía olvidar a Irene...  Estábamos de exámenes, y aunque habíamos sacado buena nota en "Mates" y "Cono", nos faltaba Lengua. Las faltas de ortografía penalizaban y teníamos problemitas con “h” y “v” y la “c” que aún vestíamos de “s” , pero mi cuerpo, harto de los agobios de mi mente, se reveló. Los primeros en hacerlo fueron mis pies que, locos por cometer travesuras y desligarse de las ataduras de las formas y las cuadraturas de aquel día, en vez de echar la silla para atrás para que yo levantara, se impularon contra el piso   e hicieron girar mi sillón como una peonza, Brazos y piernas de inmediato se descontrolaron y siguiendo su rima, se estiraron intentando liberarse de la tensión, del aburrimiento y de la incómoda postura en que les había tenido durante horas ¿Y yo, qué hice? ¿Los paré? NOOO... Que vá!!... Me entró la risa, la risa que siempre acompañó a Sara y me vi gritando:

"¡¡ COSA RICA, COSA PROHIBIDA!!"

A la rebelión de mis extremidades, se le sumó una carcajada potente que no quiso perderse la fiesta, salió disparada deseosa de ver luz. Tenía motivos para estar molesta, últimamente era la eterna ausente, y yo no daba motivos que justificaran su presencia... No la tenía en cuenta cuando organizaba planes, todos tan serios, todos tan formales, tan responsables... Se quejaba de que desde que cumplí 40, la había abandonado, y quizás tuviera razón: Me había convertido en cuidadora de mis mayores, y educadora de mi hija. Sus problemas los sentía tan míos, que me los cogí para mi solita y se sumaron a los cotidianos. Me costaba balancear su peso, no sabía bregar con tantas cosas a la vez. Las mil caras de Sara, opacaban a la de siempre, la divertida, la que enamoraba a su Jam y hacía Irene viviera feliz en su mundo..


Con el sabor rico de mi pequeña rebeldía aún en los labios, apagué el ordenador, recogí mi bolso y di la espalda a la montaña de papelotes ya clasificados y tan cuadrados como mis días. Antes de marchar pasé por el baño para recomponerme, pidiéndole a la barra de labios y al lápiz de ojos que afinaran. Trabajé para sacarle al espejo mi mejor imagen, pero el agotamiento no lo elimina la pintura, así que me tocó asumir la imagen que me devolvía, que tampoco estaba tan mal.  Ajusté la saya del uniforme, coloqué la blusa y solté la melena. La cepillé bien, consciente de que el pelo tapaba muchos defectillos.



Llamé al ascensor, rogando que no viniera lleno. Cuando las puertas se abrieron, para mi asombro, mis deseos se habían cumplido: Llegó vacío. Lo cogí mientras me prometía que la próxima vez que pidiera algo, lo haría a lo grande: conseguir el detergente, la mantequilla y la pasta de dientes que estaban perdidos, o que mi hija hubiera finalizado las tareas al llegar, o que Jam hubiera hecho la cena, o que el carro dejara de ser nuestro problema eterno y se convirtiera en transporte familiar … Al pasar por recepción recogí mi queso y dije adiós a Grisell, que me aconsejó


"¡¡Corre mi vida, si no te quieres mojar!!"

Grisell tenía razón, el cielo estaba cubierto de unos nubarrones que si descagaban iba a necesitar una barca para llegar a casa. Aceleré el paso en busca de transporte y justo, cuando llegaba a Neptuno con Prado, empezaron a caer las primeras gotas. La cosa pintaba mal... Yo nunca he sabido abrirme paso entre un mogote de gente y éramos demasiados queriendo atrapar carro. Pero la suerte estaba de mi lado, y un Mercedes todo destartalado, paró frente a mí.


“¡¡Por tercera!!” - gritó el conductor. Yo no me lo pensé.

Me tiré directamente en el asiento de atrás.

Atrás llegaron otras siete personas que pelearon cuatro plazas… Fue acomodarme y empezó a caer la tromba de agua . El coche permaneció parado unos minutos. Sus parabrisas, desgastados no daban abasto y por las juntas de las puertas de atrás caía agua en su interior a chorros. Y si el día había sido de traca, el viaje a casa no parecía que fuera a ser fácil. Asfixiada por la apretadera, el calor, las ventanas cerradas para no mojarnos, asustada por el atasco que íbamos a pillar, sentí que el conductor arrancaba. Justo entonces, empezó a sonar en la radio un tema de Yennifer López, "El Anillo pa' cuando". Mi cuerpo de forma automática empezó a seguir su ritmo, mientras sin darme cuenta le cambiaba por una pregunta sin respuesta.  


"Y MI VIDA PA' CUANDO??"


¡¡El inconsciente haciendo de las suyas!!







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