Nunca imaginé Luis, que llegaras para quedarte... Eramos de galaxias distantes y, emocionalmente dispares. No compartiamos lecturas, música o diversiones. Lo que si reconozco disfrutar a rabiar, era salir de fiesta. Era ahí donde tu ácido humor y rancio pesimismo se disfrazaba de ingenio, fina ironía y carcajada contagiosa. Nunca he sabido determinar el momento en que el tiempo se alió con esa sinceridad que nos hizo relajar, sentirnos tan cómodos en nuestra diferencia. Y los años pasaron, los compañeros desaparecieron y, contra pronóstico, los dos seguimos buscando unos encuentros que siempre resultaban cargaditos de buena vibra. Mientras yo me trasfomaba en madre de una beba, y cambiaba hasta de continente; tu permaneciste inalterable, en al mismo trabajo, con los mismos amigos. Era verte y sentirme en casa. Me enganchabas a mi Madrid, al de siempre. Con la distancia, tus bromas y presencia en mi desorganizado equilibrio, se convirtieron en imprescindibles. Y no hay tantos imprescindibles en la vida de uno, como para que marcharas tan pronto, sin despedirte….
Por carta, me avisaste de tu infierno, ese en el que la silla de ruedas se había convertido en tu inseparable compañera. Pero, cuando pude llegar, la silla yacía aparcada, la habías cambiado por una cama de hospital. Y allí, nos dijimos adiós. Un perro dolor me atravesó. Cada cual, sabe como tratar su dolor, y el mío no pasaba por compartirlo... Me despojé del barniz de civilización y me desgarré por dentro. Mi metabolismo, nada convencional, no asimilaba el ritmo de otros, y se declaró en rebeldía, digiriendo lento, muy lento, tu pérdida. Defecto de fábrica seguramente... Los sentimientos se amotinaron y desgarraron mi equilibrio ¡Con lo que tanto me había costado subirme a ese tren! Me convertí en bicho bola, tratando de proteger mis recuerdos y no romperme, en ese difícil proceso de reubicarme en un hoy sin ti y volver a atarme a mi Madrid ¿Me entiendes? Claro que lo entiendes, por eso escogiste tan bien tú último regalo. Me extrañó, que fuera un libro. Tú y yo no compartíamos gustos en lecturas. LOS BESOS EN EL PAN de Almudena Grandes narraba historias de esa gente corriente que conformaba mi barrio y que lo pasaron tan mal en la cris del 2008. Al ser un regalo tuyo, habitaban un lugar privilegiado de mi estantería, a pesar de que por su crudeza y su realismo no me apetecía abrirlo.
Y llegaron los tiempos del COVID conforme yo me estaba acomodando a Madrid. Se cernía un panorama sanitario-economice y social tan gris, que, intentando saber a lo que me iba a enfrentar abrí el regalo. En su primera página, encontré escrita de tu puño y letra esta dedicatoria:
"Espero que disfrutes mucho con
las historias de la gente de tu barrio,
aunque no sean muy alegres,
pero la vida no tiene que ser siempre una tele-comedia.
Con todo mi cariño"
Luis
Y los ojos se me aguaron mientras, de alguna forma, buscaba ciertas pautas, para enfrentar el 2020... Estaba claro que el último regalo no fue casual...
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